Testimonios

Millaray Brito Siade

Millaray Brito Siade

En la mañana del 11 partí al partido, a la sede de Caupolicán. Llegué a las 9 y me encontré con los compañeros que cuidaban el local: el “abuelo” Marco Ramírez y unos cuadros de la Agüita de la Perdiz que estaban en la puerta. Hay que quemar. Si hay que quemar la sede, la quemamos, les dijimos, y empezamos a quemar todo, sobre todo lo referido a organización. Luego nos fuimos.

La primera reunión del secretariado fue en una casa cerca de Laguna Redonda, una casa nueva de un hermano del “Choño”, el compañero Sanhueza. Ahí nos juntamos Mario Benavente, Solis, Trujillo… El “abuelo” Marco no fue. El compañero Benavente me producía veneración porque era miembro del Comité Central… y de ahí ya corría puro centralismo.

Se les ocurrió la brillante idea de llamar al pueblo a la insurrección. Se le ocurrió al compañero Juan Bautista Bravo, que era el presidente de la CUT. Entonces, el partido ordenó: los muchachos de la Jota que vuelen las torres de no se adonde, también los servicentros. Y  hay que sacar la gente a las calles, el día 13, en la mañana.

Yo empecé a recorrer los comunales y las células y citamos a la gente para el jueves 13, a las 11 de la mañana, en Prat con Barros, en pleno centro de Concepción. En una esquina se juntaron unos 40 y en la otra, al frente, unos 30. Hacíamos de cabezas el Bravo y yo. No se cómo no nos mataron a todos. En un momento nos miramos, subimos los hombros y nos fuimos todos, rapidito.

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Manuel Rodríguez Montenegro

Manuel Rodríguez Montenegro

Tuve que entrar a trabajar a los 14 años como portero bibliotecario de la Municipalidad de Los Sauces. Hacía el aseo y después atendía a quienes buscaban algún libro. De ahí me fui a hacer el servicio militar al regimiento de caballería Los Húsares de Angol. Salí como cabo de reserva y permanecí cesante dos años. No había en qué diablos trabajar. Un amigo me dio pega en una feria de animales, haciendo las guías de despacho, pero la paga era muy poca y con un amigo decidimos irnos a Antofagasta a trabajar en las minas de cobre. Llegamos a Talcahuano para irnos de polizones en un barco. No me atreví a viajar escondido en el buque, temía que me tiraran al agua. Mi amigo vendió un rifle que tenía y compartió conmigo el dinero que le pagaron. Él se fue para el norte y yo partí a Coronel. Allí me encontré con unos amigos de Los Sauces que me dieron alojamiento y al otro día fui a la empresa de carbón y me contrataron como jornalero. Empecé a escalar de a poco. Al mismo tiempo, trabajaba con los comunistas, pero ellos mismos me dijeron que me quedara tranquilo y apareciera como independiente. Aún había represión y casi todos los compañeros estaban medio sumergidos.

Me demoré cinco años en llegar a supervisor de máquinas y herramientas. Me tocaba encargarles los trabajos a los torneros, a los fresadores y a todos los maestros que operaban las máquinas de los talleres. Teníamos 120 empleados en dos turnos y en toda la maestranza éramos más de 500.