» Sergio Ovalle

A cada comunista le preguntábamos cosas simples, como ¿cuántos vecinos piensa usted, compañero, que pueden ser  comunistas? Les encontraban defectos a todos.

Inventaron, incluso, un chiste a propósito de lo que estaba pasando.

Había que poner a prueba a los posibles nuevos militantes. Tenerlos un tiempo en barbecho y luego un dirigente tenía que hablar seriamente con ellos.

-Mira, este es un paso muy serie en tu vida, pero no es tan fácil. Aquí hay que mantenerse en la disciplina partidaria; y a ti te gusta el traguito. Entonces, eso no puede ser. Un comunista que ande tomando, por ningún motivo. Tienes que aprender a ser normal y dejar el trago…

-Bueno, compañero. Dejo el trago.

-Bien, pero a ti también te gusta jugar a las carreras. Y eso no puede ser tampoco. Tenís que dejar los caballos…

-Bueno, compañero. Dejo los caballos.

-Bien, pero eres bastante mujeriego. Y no podís seguir así porque la moral comunista es muy rigurosa en esta materia…

-Bueno, compañero, dejo las mujeres.

-Bien, pero además hay momentos de la existencia del partido en que se te va as exigir dar la vida por el partido…. ¿Qué pensa’i de eso?

-Bueno, p’a la cagá de vida que voy a llevar en el partido…

En la madrugada del domingo 23 de septiembre de 1973 los militares rodearon la remodelación San Borja e iniciaron un pormenorizado allanamiento a todos los departamentos y casas del sector. En una de esas casas estaba refugiado Sergio Ovalle, quien a medida que la revisión de los soldados avanzaba se iba poniendo más y más nervioso. Sonó el teléfono y la voz de una mujer conocida le avisó que se preparara pues la representante de Acnur en Chile lo pasaría a buscar en automóvil para sacarlo de allí. A los pocos minutos Ovalle sintió una bocina, salió a la vereda  y subió al vehículo de la diplomática de la ONU que abandonó raudo el sector. Hoy cuenta que salvó de la detención gracias a la hija de la representante de Acnur, que vivía muy cerca y en cuya casa estaba refugiado Jorge Montes.

Ovalle continúa recordando:

Después de esa salvada, pasé a llamarme “Pedro Urrutia” y el partido me pidió que me encargara de retomar contacto con las direcciones regionales. El único ubicable era Jorge Muñoz, pero de los otros no sabíamos nada. Armamos un grupo de trabajo con Gerardo Weiner, su compañera, Patricio Palma, Julio Vega y yo. Conseguimos vehículos, choferes, algunas casas de seguridad y empezamos a buscar a los secretarios regionales de Santiago. Nos movíamos gran parte del día por diferentes barrios tratando de encontrar a los dirigentes. Ellos, por su parte, también salieron a las calles y a las plazas a tratar de contactarse con el partido. Poco a poco los fuimos ubicando. Recogimos incluso a Marta Ugarte.

Un día llegué por casualidad a la vivienda de unos viejos compañeros y estaba reunido todo el Regional Sur, menos el secretario, que había desaparecido por propia voluntad. Ese era el peor lugar donde podían estar. Los dueños de casa, dos hermanos, se llamaban Stalin y Lenin Rodríguez.

 

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