A Santiago Concha Pérez su madre le dijo desde muy niño que los comunistas eran todos cogoteros, que se vestían de negro y usaban el cuello de las chaquetas levantado. Casi se lo cree. Desde pequeño fue bueno para los deportes, como fondista, lanzador de jabalina o bala en el Estadio Atlético de Concepción. Un amigo talquino de la adolescencia le prestó una vez un folleto de Robert Owen, el socialista utopista inglés, que fue su primer paso hacia la izquierda. De allí a las Juventudes Comunistas quedaba un breve trecho
Santiago tenía un tío que era boletero en el Teatro Cervantes, cerca de la plaza de armas en Concepción. Allí acudía con frecuencia a ver los estrenos que llegaban a la ciudad. En una ocasión se encontró con una película húngara muy crítica con la Unión Soviética, donde los comunistas eran crueles, torvos y se vestían igual como se los había descrito su madre. No le dio mayor importancia, pero algunas semanas más tarde, al golpear en la sede del Partido Comunista local, no pudo evitar estremecerse cuando le abrió la puerta un hombre entero de negro que le sonrió dejando entrever un solo diente en su boca. Era igual a los que mencionaba su madre y a los que aparecían en la película húngara.
-¿Qué desea joven?, le preguntaron con voz muy ronca
-Quiero militar en la Jota…., respondió apenas.
Pase compañero, fue la tan esperada respuesta.
Adentro estaban Jacinto Nazal, el entonces secretario de las Juventudes Comunistas y Galvarino Melo, el viejo obrero que más tarde sería diputado y célebre dirigente de la Federación Minera de Chile.