» Armando Gatica

armando-gaticaIniciaron entonces un proceso a los supuestos hospitales clandestinos y el 19 de noviembre fuimos citados a la fiscalía un número importante de funcionarios del Servicio Nacional de Salud que trabajábamos en diversas reparticiones de la Segunda Zona de Salud. Nos llevaron vendados y encapuchados a la colina del regimiento y nos hicieron tendernos en el suelo. Alguien dijo: ¡Aquí estás otra vez Gatica. De esta si que no te vas a salvar! Me agarraron a patadas y me quebraron cuatro costillas. Luego nos llevaron a un galpón donde nos colgaron y siguieron golpeándonos mientras nos preguntaban por los hospitales clandestinos. Me aplicaron corriente en las tetillas mientras me tiraban agua. Después me bajaron los pantalones y me aplicaron corriente en los genitales.

 

Más tarde, inmovilizado en el suelo, me introdujeron unos electrodos en el ano y siguieron con la corriente hasta que perdí el conocimiento. Me tiraron en un calabozo del regimiento y me dejaron allí toda la noche. A los otros los devolvieron a la cárcel. En la madrugada sentí los disparos con que fusilaron a un preso común al que le decían “El paco santón”. En la cárcel creyeron que era yo y le avisaron a mi señora, las que fue al regimiento y habló con el mayor Casanga y el teniente Cheyre. Este último le dijo que mi situación era muy comprometida por ser comunista. Mi esposa habló con el obispo Francisco Fresno y éste se sorprendió porque el coronel Lapóstol le había asegurado que en el regimiento no se torturaba. Freno llamó a Lapóstol, quien recibió a mi señora y le garantizó que no me aplicarían más torturas. El proceso por los hospitales clandestinos lo tomó la FACh. Al final, todos los involucrados quedamos en libertad. Nada era cierto.
No quería seguir en La Serena; era muy peligroso. Un antiguo colega del Bacteriológico me contó que había una posibilidad de empleo en unas farmacias en Santiago. Ahí conocí a Jorge Schindler y empecé a trabajar con él en 1975, primero en la farmacia O’Higgins y luego en la Principal, en Maipú. Ahí estaban también Inés Varela y una muchacha que era hija de un funcionario del partido. Arrendé una casa en la Villa Santa Adela, en el camino a Melipilla, que ocasionalmente prestaba para reuniones del partido. A fines de ese año Jorge me pidió que me hiciera cargo de la farmacia Principal, donde estaban el “Pelao” Ibáñez, la Elsa, Alsino y un compañero de apellido Vásquez, que también trabajaba en la farmacia de urgencia de la Posta Central. Jorge decidió también comprar la farmacia El Sol, en Curacaví

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